Despues de comer subí a
mi cuarto y observé a la gente pasar por la calle.
Vi varios coches cargados
de maletas y si no eran coches eran personas asustadas. No sabía a
dónde iban ni por qué huían. Cuándo me cansé, cerré la ventana
y busqué en la mesilla de noche mi móvil.
Miré entre la lista de
contactos hasta encontrar el de Jonathan, mi mejor amigo desde
siempre. Pulsé la tacla de llamadas y me extendí sobre la cama.
Apenas pasaron cinco segundos, una voz masculina se puso al habla.
Hablamos durante
practicamente toda la tarde, reimos, hasta que el dijo algo que me
dejo petrificada:
-tengo que mudarme- No me
dijo la razón, ni él la sabía. Me derrumbé, mi mejor amigo se iba
a otra ciudad y yo sabía de sobra que era por todo esto. Me despedí
lo más alegre que pude para que no notara mi decepción. Apagué el
móvil y lo lanzé con fuerza contra la pared. Aunque no se rompió,
la pantalla no volvió a ser la misma.
Aún enfadada, saque el
arma de mi cómoda y la empuñé. Describí con el dedo índice los
detalles del cañon, la volví a guardar. Me dirigí hasta la ventana
y me sente en la remisa. La gente continuaba psando con maletas. Todo
era muy extraño, no había comida pero sin en bolsas escondidas,
llevabamos ya tres días encerrados en casa y todo el mundo se
marchaba de la ciudad.
Alguien llamó a la puerta
de mi habitación, no me molesté en decir ''adelante'' ni tampoco
en abrir.
Era mi madre, entró
sigilosa y de igual manera cerró la puerta. Se acercó hasta a mi y
me besó la cabeza. No mostré ninguna emoción, seguía mirándo la
ventana. Ella susurró:
-ya pasara...-
me paré en seco y solté
-¿que pasara? ¿que esta
pasando? ¿por que todo el mundo se va de aquí? ¿por que necesito
saber usar un arma?- Sin darme cuenta me había puesto en pie y había
subido mi tono de voz. Mi madre tartarmudeó y se tapó la cara con
las manos.
-es horrible, es horrible-
repetía.
Me compadecí de ella y
pregunté por última vez que pasaba, que estaba pasando y que era
eso tan malo que esperábamos que pasara. Me miró con sus azules
ojos que yo no heredé y entre lágrimas susurró:
-Belén, esto es el fin-
Sus palabras no las
entendí directamente pero me las estuve repitiendo toda la noche.
Entonces me acordé de los titulares que leía mi padre en el
periódico: el fin está cerca, huir no nos pondrá a salvo.
Contestaba dudosamente a mis preguntas ¿de verdad era el fin? ¿por
que? ¿cómo han mantenido en secreto esto el gobierno durante tanto
tiempo?. Entre esas dudas me quedé profundamente dormida.
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21 de agosto
ya esta pasando, todavia
no necesitamos huir cómo el resto de la gente, pero esta pasando.
Pasa tan deprisa y agresivamente que mis padres ya no pueden
disimular que no pasa nada.
Me desperté muy temprano,
varios tiroteos intermitentes cesban en la calle.
Me levanté alterada y
saque la pistola de la cómoda y me la enganché entre el pantalón
del pijama.
Me asomé a la ventana, la
luz del alba alumbraba las pocas casas habitadas que quedaban. Varios
hombres corrían hacia todos lados con sus familias. Niños llorando,
perros sin rumbo, mujeres desesperadas... parecía todo muy tranquilo
si no fuera por los gritos.
Corrí hasta la habitación
de mis hermnas, Irene estaba despierta y en cuanto entre por la
puerta corrió a abrazarme y se enganchó con sus brazitos a mis
piernas. Tomé a mi hermana Marta y agarré a Irene de la mano. Salí
al pasillo y grité el nombre de mis padres, no me contestaron. Bajé
corriendo al salón. Las persianas estaban echadas, mi madre estaba
acurrucada en una esquina del cuarto y se tapaba los oídos con las
manos. Corrimos hasta ella e Irene la abrazó, Marta empezó a llorar
y yo la mecí para que se calmara.
-¡hazla callar!- Gritó
mi padre que acababa de aparecer desde la cocina. En una mano
empuñaba su pistola y en la otra mano la otra pistola que se la
lanzó a mi madre, esta gateó hasta el arma y se la llevó al pecho.
-no quiero que griteis, ni
que lloreis, ahora tenemos que ser fuertes. Si no es necesario hoy no
nos iremos pero si alguien entra y no es conocido no dudeis en usar
el fuego y la violencia- mi madre y yo asentimos.
Mi padre volvió a la
cocina, oí cómo rebuscaba entre los cajones de los cubiertos,
volvió a dónde nosotras y le entregó un cuchillo a Irene y le
susurró que solo lo usara cuándo alguien la atacara.
No entiendo cómo le
puedes decir a una niña de seis años que use una navaja cuándo
alguien la ataque.
Nos quedamos toda la
mañana acurrucados en esa esquina, escuchamos aviones pasar y mas
tiroteos, gritos y llantos cerca de nuestra casa pero no podíamos
ayudarlos.
Al mediodía mi padre dijo
que hiciera una maleta para mis hermanas y para mi.
Subí con mi hermana Irene
al segundo piso. Entramos primero a mi cuarto. Saque varias camisetas
y pantalones, además de ropa interior limpia. Me quité el pijama y
me puse una camiseta de manga larga y una sudadera. Le pedi a mi
hermana que cerrara las ventanas de nuestros cuartos y bajara las
persianas, mientras yo metí mis objetos personales en mi mochila del
colegio: el móvil, mi cámara de fotos, unos auriculares, mi gorra
de NY y una foto de mi familia en la que salían tambien mis primas.
Metí todo, incluida la ropa, en la mochila y me desplazé hasta la
habitación de mi hermana. Ella acababa de bajar las persianas y
habia sacado su peluche del armario y lo había metido en su mochila.
Saqué de su vestidor una chaqueta, dos camisetas y varios
pantalones. Le pedí que se cambiara y se pusiera ropa más
''deportiva'' y eso hizo. En mi mochila tambén guarde las cosas de
Irene y las de Marta que eran un biberón, dos pijamas y ropa de
invierno y también una manta. Cuándo Irene se hubo cambiado se puso
la mochila dónde solo estaba el peluche y yo la mía que a pesar de
haber metido muchas cosas solo había llenado la mitad de la bolsa.
Bajamos al salón y me
senté junto a mi madre, guardé la pistola en el bolsillo de la
sudadera.
Mi padre trajo varias
vendas y tiritas además de otros cosas medicinales y me pidió que
me las guardara y eso hize. Hubo un momento al final de la tarde que
mi padre se quedó dormido en el sofá y mi madre le cambiaba los
pañales a Marta en el piso de arriba que aproveché para coger algo
de comida del desván. Del florero saqué la llave y me dispuse a
abrir la puerta cuándo Irene se acercó y con su vocecita infantil
preguntó ¿que haces?, le hize un gesto de silencio con la mano y
abrí la puerta. Habían más bolsas de comida que de costumbre,
rebusqué entre ellas y con la ayuda de mi hermana metimos en mi
mochila dos paquetes de galletas, una botella de agua, tres manzanas
y pan. Si esta noche dormíamos en casa estaba más que dispuesta a
ir a por más.
No me equivoqué, cayó la
noche deprisa y mis padres, agotados, se quedaron fritos. No tuve que
sacar la llave, me la había guardado en el bolsillo junto a la
pistola. Esta vez metí los alimetos en la mochila de mi hermana que
aceptó a regañadientes. En su mochila metí otras dos botellas de
agua, queso, más pan y dos cartones de leche.
Esta es una noche fría,
no muy propia del mes de agosto, por las rendijas de las persianas
pude ver que hay luna llena. Mi hermana tiritaba dormida y me
compadecí de ella. Subí hasta mi cuarto y deshize mi cama, dejando
la colcha y las sábanas por los suelos. Intentando no hacer mucho
ruido baje las escaleras con la colcha a la espalda. Me acurruqué
junto a Irene y me cubrí hasta que mis sus pies quedaron bien
tapados. La abrazé con cariño y apoyé su cabeza en mi pecho. Poco
a poco me quede dormida.
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